Recuerda entonces el año en que forjamos la paz
Era un día de sol como tantos otros en Villa Gesell, en uno de esos veranos soñados de tres meses en familia, cuando mi abuelo tuvo una muy mala idea. Resulta que en los departamentos de enfrente ve a una nena rubia, con ojos celestes, bajando las escaleras en rollers. Creo que me quedé en el living, avergonzada, mientras mi abuelo decía que venga a jugar conmigo. María Eugenia se llamaba. Habrá venido a jugar conmigo dos o tres días seguidos, fascinada por el gran espacio que tenía mi casa de veraneo para patinar y jugar. Eugenia se divertía mucho, tanto que esperaba a que vuelva de la playa para cruzar la calle y jugar conmigo. Lástima su comentario desafortunado, seguramente se haya arrepentido durante el resto del verano. Una vez que abrió la boca, no había vuelta atrás, ya era demasiado tarde y sin dudarlo, le dije que se fuera de la casa y que no vuelva nunca más. Su cara parecía no entender lo que estaba diciendo pero se fue de todas formas. Ya estaba muy enojada yo como pa